Qué cosa tienen los techos que despiertan un encanto especial. Será que la historia de Mary Poppins y el deshollinador caló hondo en mí. O será que uno se siente más cerca del cielo.
Cuando aquella tarde del sábado 10 de mayo de 2013 nos juntamos en el techo del refugio Aurelio Castelli nunca imaginé presenciar lo que presencié. Era el 50º aniversario del resguardo que el Club Andino Córdoba tiene en Los Gigantes. Un macizo ubicado a 80 kilómetros de Córdoba capital.
La consigna de ese fin de semana era juntarse, comer unas buenas pastas y de paso cañazo, arreglar el “refu”, como lo llamamos.
Mi tarea aquella tarde era cebar mates y esperar a que Charly Vignola y Ramón Puente, dos viejos socios (así se definieron ellos) pintaran el techo y le devolvieran ese rojo sangre que alguna vez tuvo. Pero en la mitad de la tarea, vimos cómo desde lo alto de la montaña venía bajando la última comitiva.
Tres mujeres –Nelly Roulet, Cristina Beluatti y Karina Primo–, se unieron a la comitiva de pintura en el techo, en los albores del cielo. Pisando cuidadosamente una escalera que estaba puesta encima del asador, subieron. Alguien me pidió que sacara una foto. “Esto es algo histórico”, me dijo. Ramón y Cristina se reencontraban después de varios años. La sonrisa en sus caras y sus ojos a punto de estallar demostraban cuánto afecto había en ese abrazo y cuán duraderas pueden ser algunas relaciones.
“Estuve en Brasilia, conviví con nativos y sumé experiencias maravillosas”, contaba Ramón, mientras atrás el techo se pintaba casi solo.
Fue este grupo el que, por la noche, contaría anécdotas, en el comedor del refu. La historia del ahorcadito, la primera perdida de Nelly y el sentido de aquella frase que no nos cansamos de repetir: “Lo que pasa en la montaña, queda en la montaña”.
No lo sabía pero el refugio lleva el nombre del primer cordobés perdido en la montaña. Aurelio Castelli iba junto con Carlos Jiménez a escalar el cerro Tres Picos, cerca de El Bolsón. Allá por 1964 (“está en el libro”, me dice Chichí cuando pregunto por fechas) fallecieron en expedición. El refugio lleva su nombre y tres placas lo recuerdan. (http://www.clubandinocordoba.org/noticias/?p=178)
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El sol está por caer en el terreno de una hectárea que la familia Nores donó al club. Ya vamos bajando. Mañana será un día largo: hay que hacer una malla de contención para que el río no se desvíe y pierda su cauce. Hay que bajar piedras de la montaña. Y hay que arreglar la batería de la pantalla solar.
El grupo de los viejos socios sigue poniéndose al día. ¿Hiciste todo lo que soñaste? ¿Te enamoraste? ¿Sos feliz?, se interrogan unos con otros. Me pregunto qué responderé yo de acá a 30 años.
Lo que aconteció aquella tarde de mayo, sobre el techo del refugio de montaña, fue una de esas instantáneas que quedan impresas en la memoria. Si al fin y al cabo, quién dijo que la vida se mide en línea recta. Bien podría pensarse como un círculo de encuentros y despedidas. Y de momentos. Como éste.