Travesía Villa Alpina – Los Molles

El 23 y 24 de octubre pasado, a pesar de la lluvia y los anuncios de mal tiempo, un grupo de entusiastas irredimibles repitieron el recorrido del año 2003, entre Villa Alpina y Los Molles, solo que en dos dí­as en vez de los tres que le dedicamos el año anterior.

El sábado comenzamos con buen tiempo, algo nublado, lo que siempre viene bien para encarar la Mesilla, cubierta de flores en esta época del año. No hubo problemas para ubicar el sendero que la cruza, rumbo al Puesto Toranzo, donde llegamos pasado el mediodí­a. Atrás quedaron los primeros tropezones, calambres y cansancios, para disfrutar del respiro  y la sombra de los mimbres y un desubicado álamo carolino. El puesto, bien resguardado y seguramente rico en historia (que desgraciadamente poco conocemos) goza de una extraordinaria vista hacia la quebrada por la que el Rí­o de los Reartes cruza al pie de la Mesilla.

Parte de esa historia se nos presentó a unos pocos pasos, cuando visitamos el viejo cementerio cercano, habitado por los apellidos más comunes por esa zona de las Sierras Grandes, incluyendo nombres conocidos y recientes, y algíºn viejo pariente que le dio otra emoción al lugar. Ubicado en un emplazamiento elevado, fue el punto de partida perfecto para el siguiente tramo de caminata, ya buscando aquél puesto que solí­amos conocer como de don Marcos Domí­nguez Quizás el hecho de conocer mejor los diversos puntos del recorrido hizo que pareciera más corto que el año pasado.

Ya con ganas de \»desensillar\», a eso de las 6 de la tarde llegamos. Allí­ nos encontramos con don Marcos y sus 89 años, y con su cuñada, doña Rosario González, actual patrona, anfitriona, cocinera y mandamás del puesto. Algunos de los caminantes sucumbieron a la tentación del refugio, y otros persistieron en el armado de sus carpas, pero todos coincidieron en el cordero asado con el que se cerró la noche (luego de algunas malas experiencias de timba de montaña, incluyendo naipes robados y prendas no cobradas).

El domingo… tuvimos todo el año en un dí­a: un otoñal granicillo, el invierno con nieve cubriendo todo el campo, la primavera cuajada de flores, y un sol veraniego que nos tostó en el íºltimo tramo de la laaaaarga bajada. Grande fue la sorpresa de la mañana, cuando todo el valle amaneció blanco, y el cerro, siempre mañoso, tapado por las nubes. Como muchas veces en la zona, debimos posponer el ascenso de este cerro con más de un nombre: las cartas y los lugareños lo llaman \»de la Totora\»; algunos le dicen \»Grande\», y otros lo conocemos por \»Negro\»; sin embargo, nadie se confunde con su silueta erguida sobre el techo de Córdoba, apenas un poco más bajo que su hermano cercano, el Champaquí­.

La nevada nos demoró un poco el encuentro de la \»puerta\» en el filo, que da paso a la \»Cuesta de los Cerros\», o \»de los Molles\». Fue muy agradable encontrarla recuperada, luego del traumático descenso del año pasado, cuando nos tocara verla traspasada por los incendios de septiembre del 2003. Eso sí­, sus 1600 metros de desnivel nos dejaron igual de cansados. A mitad de camino, el particular \»rodeo\» de tabaquillos nos cobijó bajo su sombra, algo insólito en una cuesta por un filo como ésta. El final también nos demoró un poco, intentando pasar por el \»Paraí­so\» de Rolf…. que más nos pareció un laberinto. Y la íºltima demora, ya llegados al transporte, tuvo el sabor de la solidaridad de dos amigos que nos anduvieron \»campeando\» para ayudar a algunas rodillas un poco doloridas. Todo terminó alrededor de unas cervezas reparadoras en Villa Las Rosas, con ganas de descansar, y con ganas de volver.

(¡Gracias Conrado Verberck (socio vitalicio), desde Juní­n de los Andes, por los datos de nombres del Cerro y la Cuesta!)