Esta experiencia comenzó para mí como una historia empujada por el reencuentro.
Por un lado, mi amiga se reencontraba con sus amigos del club, gente con la que había compartido demasiados buenos momentos, que eran familia. Por otro lado, yo me reencontraba con el trekking. Después de una mala y bastante dolorosa tendinitis de rodilla, volvía a las canchas, o mejor dicho a los senderos con mochila al hombro, con temor de volver a sentir lo mismo, pero esperanzada de lo contrario.
Sin dudas, la travesía tuvo el equilibro perfecto, tan anhelado como difícil de conseguir a veces en el día a día. Muy bien dirigida por el guía, con la templanza y determinación del buen líder. Los momentos de cansancio y fuerza, más para los menos entrenados, siempre seguidos de gratificantes vistas hermosas y paisajes dignos del Señor de los Anillos, que te llenan en el alma. Como en la subida del principio, un poco empinada, de esa que te requiere pulmón y por momentos mucha pierna y que ya al alcanzar el mástil con la vista del pueblo y el dique El Cajón, hizo que los preparativos previos e incluso toda la noche de viaje desde Bs As (y sin cena) valgan la pena.
Lo mismo experimenté con el grupo. Sentí la emoción de una experiencia nueva: la ansiedad frente a lo desconocido, la curiosidad de encontrarme con las distintas personalidades e historias de cada uno, y a la vez la comodidad, confianza y diversión que se encuentran en los viejos amigos, en el compañerismo, como en el abrazo glorioso al llegar a la cumbre del Overo, o la charla nocturna en la oscuridad, bajo las estrellas.
En fin, una mezcla rara, poco frecuente, pero perfecta, al menos para mí. Un equilibro que me trajo mucha paz y satisfacción.
Muchas gracias a todos! No veo la hora que se vuelva a repetir!